domingo, 23 de agosto de 2009
viernes, 14 de agosto de 2009
PARA LEER Y EMOCIONARSE
Jugar al rugby es un privilegio. Entrenar los martes y jueves por la noche, pasar frío, llegar cansado de trabajar y estudiar a lo largo del día, pelarte las rodillas en el campo de entrenamientos, comer tarde (y mal), acostarse a altas horas de la noche para levantarte temprano y seguir con tu rutina de todos los días, esperar la confirmación de los equipos que saldrán a la cancha el sábado, cuidarse el viernes, irse a dormir temprano, armar el bolsito, enrollar las vendas, chequear que este todo en su lugar, transpirar de los nervios, comerse las uñas de ansiedad, dormir poco (y mal) si te toca debutar al día siguiente, o si volves de una lesión, o si vas al banco de la primera de tu equipo por primera vez, o si simplemente lo sentís así, como todos, como se debe sentir una pasión, levantarse tempranito el sábado, chequear por vigésima vez que el bolso este completito, desayunar liviano, partir para el club y juntarte con los muchachos para subirse a la combi si jugas de visitante, o sentarte en el buffet si te toca de local, charlar de lo que se viene, sentir ese calorcito en el estómago que no te deja comer, mirar el reloj cada cinco minutos y darte cuenta que eso que esperas toda la semana está por llegar, ir al vestuario, cruzar miradas nerviosas con tus amigos, empezar a vendarte, calzarte los cortos, ponerte la camiseta con tus colores, salir a precalentar, limpiar tu cabeza de cualquier otro pensamiento que no sea el partido que estás por jugar, concentrarte, oír el silencio previo de los partidos, ese instante crucial en el que estás vos, tu mente, y otros catorce tipos atravesando la misma situación, y las palabras se esfuman, porque habla el capitán, nace la arenga, los gritos de aliento, y te acordás de lo que pasaste en la semana, de los sacrificios que haces para jugar, te acordás de tu familia, de tus amigos, de tu novia y de la camiseta, la que vas a transpirar, la que vas a defender, ese escudo que representa una institución, un pasado, un presente y un futuro, y encaras la cancha, terminaste de calentar pero sabes que esto recién empieza, pasas al lado de la tribuna, donde esta tu gente, los miras, están ahí, los viejos del club, los chicos, los infantiles, todos juntos, y volteas la cabeza, y ellos están ahí, tus compañeros los catorce amigos fieles que entran a la cancha con vos, y gritas, alentás, te abrazas y escuchas a tu capitán, ese que te dice las palabras justas, que te llegan bien adentro y te hacen hacer ese click que te enciende, se te infla el, pecho, lo sentís, sentís ese calorcito constante que ahora se esparce por todo tu cuerpo, haces el saludo final, gritas desde lo mas profundo de tu corazón ese “RAAAA” que aturde, y te metes en el campo de juego, te movés, miras al referee, relojeas a tu rival de los próximos 80 minutos, te acomodas en tu posición y escuchas el silbatazo inicial.
Se terminó la espera. Ya no hay nervios, ni ansiedad, ni dolor. No hay hinchada, no hay familiares, ni amigos, ni novias. Están los quince jugadores unidos. Y la guinda, la ovalada, la pelota, la caprichosa, la impredecible. Tu obsesión. Te golpeas, te levantas, corres, tackleas y saltas por ella… pero nunca te cansas, nunca bajas los brazos, seguís corriendo, tackleando, apoyando, defendiendo a tus compañeros, y jugas, jugas al rugby, te divertís, lo disfrutás y sentís el privilegio de estar adentro de esa cancha.
Termina el partido, saludo final, te amargas o festejas, siempre pasa, sonreís o lloras, y te abrazas, con el contrario, con tus compañeros, saludas al referee, escuchas a tu entrenador y enfilas para el vestuario, porque se viene una de las cosas más lindas que tiene este deporte: el tercer tiempo.
Llegas al quincho, te sentas, conversas acerca de lo sucedido, te relajas, empiezan a brotar los chistes, las cargadas y aparece, porqué no, algún jueguito malicioso que involucra alcohol. Agradecés, te levantas y te vas, o te levantas, despedís a la visita y te pones a ordenar y limpiar.
Te vas rengueando a tu casa, con golpes, un hombro maltrecho, la cara pintada de moretones, las rodillas rojas, pero con el corazón contento.
Ese es el privilegio de jugar al rugby, ese que sentís vos, el, ellos, yo, en Chascomús, San Andrés, Hebraica, Obras, Glew, San Miguel, Campana, Beromama… ese privilegio que compartís con todos los que integran el mundo del rugby, y que es inexplicable, porque solo se siente cuando te pasan todas esas cosas que, quizás, muchas veces pasan desapercibidas.
El rugby es un león con corazón de cordero. A simple vista asusta a los desprevenidos y desconcertados desconocedores de sus bondades que rozan lo utópico.
No obstante, para aquellos que se atreven a explorarlo sin prejuicios vacíos de sentido y carentes de toda lógica racional, el rugby les ofrenda un tesoro invalorable que se muestra en todo su esplendor cuando su práctica se convierte en una costumbre de vida: el compañerismo, la amistad y la unión brotan de él y se instalan en el alma de los afortunados que viven y respiran a través de una guinda.
La mística y el valioso legado del rugby te acompañarán para siempre, y desde ese aprendizaje nacerán sentimientos y conductas que mantendrás por el resto de tu vida.
Así es el rugby. No importa dónde, la esencia es siempre la misma.
Y nadie puede escapar de su magia…
jueves, 13 de agosto de 2009
PRACTICA EL SABADO 15/08
YA TENEMOS QUE CONFIRMAR QUIENES VAN A VIAJAR A TUCUMAN ASI QUE TENEMOS QUE IR DECIDIENDO SI VIAJAMOS O NO
miércoles, 5 de agosto de 2009
volvemos a jugar
DESPUES DE DOS MESES SIN RUGBY VOLVEMOS
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