La inolvidable imagen de Marcelo Pascual volando hacia el in-goal de los Junior Springboks, un marca registrada de la historia de los Pumas Foto:
Si me preguntan si alguno de nosotros soñó con hacer una gira a Sudáfrica, ganar 11 de los 16 partidos y, además, vencer a los Junior Springboks en Ellis Park digo que ni en un cuento de ciencia ficción lo hubiéramos pensado. Hay que imaginarse lo que era el rugby argentino en esa época (1965). Nuestra única experiencia internacional era ir a ver a unos fenómenos que le metían unas palizas impiadosas a cada equipo argentino que se le ponía enfrente. Estoy hablando de los Junior Springboks del 59 o Francia del 60. En ese momento nuestro rugby era de entre casa.
Por otro lado, jamás nos imaginamos que en esa gira acuñaríamos el nombre que identificaría a todo un deporte: los Pumas, y que aquel triunfo por 11 a 6 en el Ellis Park, el 19 de junio, sería el punto de partida de la historia grande del rugby argentino. Nacía un equipo que iría transmitiendo de generación en generación una mística que se hereda cuando te ponés la celeste y blanca. Porque a lo largo de estos 40 años esa camiseta produjo hazañas increíbles.
¿Cómo se gestó la gira? La Unión Sudafricana envió en 1964 al Sudamericano de San Pablo al dirigente más importante que dio ese país, Danie Craven. Viajó para evaluar el nivel del seleccionado por temor a un papelón. Pero la Argentina ganó el torneo al galope y Craven quedó muy conforme con nuestro juego. Y hasta arriesgó un pronóstico: "En Sudáfrica van a ganar más de la mitad de los partidos".
Concretada la gira y para capacitarnos técnica, táctica y sobre todo físicamente, viajó un prestigioso entrenador sudafricano: Izaak van Heerden. Un cuento que pinta claramente a qué había venido ocurrió en un entrenamiento en Gimnasia y Esgrima. Llovía torrencialmente. Pero a pesar del diluvio, no había faltado nadie. Estábamos esperando en el bar y uno hizo el típico comentario zafamos con la lluvia. Habíamos organizado un campeonato de truco hasta que apareció Van Heerden. Nos miró con un gesto de enojo y preguntó por qué no nos habíamos cambiado. Durante dos horas, 25 argentinos y un cordobés (como decía Raúl Loyola), corrimos bajo un aguacero impresionante a las órdenes del técnico sudafricano. Y no se oyó una sola queja.
La preparación duró tres meses. Parecía que íbamos a Vietnam... En ese momento hacer una gira a Sudáfrica era como ir a cazar leones con un rifle de aire comprimido. A la distancia uno se da cuenta de que a esa edad no teníamos idea de lo que era el fracaso. Salvo en el partido contra los equipos universitarios en los cuales los backs eran físicamente como nosotros, en los partidos provinciales, hasta que los jugadores no se ubicaban en sus puestos no sabías si eran forwards o tres cuartos. Los packs tenían un promedio de más 100 kilos y saltadores de 2 metros. Eran granjeros, torpes..., pero unas bestias. No tackleaban para voltearte, sino para sacarte de la cancha. Al cuarto partido el equipo era una enfermería. Tuvimos que empezar a inventar puestos.
Pero también pasaron cosas graciosas. En un provincial tiré la pelota al scrum, el referí pitó porque había salido mal, y cuando la voy a agarrar desarmado, el medio-scrum rival me mató de un tackle. A la tercera vez que me hizo lo mismo, lo encaré al árbitro para que lo echara, pero ante mi sorpresa, el N° 9 adversario se tocó las orejas y me dijo sorry... y ese gesto fue porque era sordo.
Otra cosa curiosa fue nuestra hinchada: eran los negros. Se amontonaban la noche anterior a cada partido en la puerta del hotel y nos pedían, juntando las manos a modo de súplica, Please, master (amo), win tomorrow. En cada ciudad pasaba lo mismo. En las canchas, en los terraplenes detrás de cada in-goal colocan una especie de jaulas de alambres, y allí encerraban a los negros, que festejaban nuestros tries a los saltos y se enloquecían cada vez que Poggi metía un penal. Les gustaba cómo pateaba el Negro porque el deporte preferido de ellos era el soccer y la patada de guadaña era como la de un futbolero.
Terminó la gira y llegamos a Ezeiza. El aeropuerto estaba invadido. Cuando vimos esa multitud pensamos que llegaba el River del Beto Alonso o el Boca de Silvio Marzolini. Pero no, la gente había ido a recibir a unos rugbiers que fueron a aprender y destrozaron la cuna del rugby, como tituló un diario sudafricano luego del triunfo en Johannesburgo. En ese momento la noticia excluyente eran los Pumas. Hasta los taxistas sabían lo que era un scrum. Y bueno hoy después de 40 años nos queda la inmensa alegría de haber podido ser protagonistas de un hito del rugby argentino.
Por Adolfo "Palomo" EtchegarayEspecial para LA NACION
No hay comentarios:
Publicar un comentario